25 julio, 2007

HACE AÑOS, OTRA PRIMAVERA

Estoy en una plaza chiquita que hay al lado de la Clerecía y de la casa de las Conchas por donde pasa la Rua Antigua.
He salido a dar un paseo en un día de primavera espléndido y me he sentado un rato a ver pasar a las muchas estudiantes que caminan por allí.
Están estupendas estrenando sus vestidos ligeros. Da gusto verlas.
Pasa una chica esbelta, con paso diligente con sus carpetas bajo el brazo..
Pasa otra de pelo largo con él anudado atrás en lo alto de la cabeza y enseñando la nuca. Pasan chicas de todo tipo. Chicas de piel pálida y lisa. Pieles sin mácula para demorarse en cada poro. Pasan chicas morenas, alguna negra. Pasa una chica de pelo rizado y cortito, muy jovencita, podría ser alumna mía, pero no, debe estar en primero o en segundo. Pasan chicas con ropas aún de invierno aunque ya sin abrigo. Son chicas de aquí de Salamanca estudiosas y ocupadas que no han tenido aún un respiro para sacar de los altillos del armario la ropa de primavera. O quizás son estudiantes forasteras que no pueden cambiarse, y que están esperando este fin de semana para ir a su pueblo y venir ya con la ropa ligera del verano.
Pasa una chica muy alta. Y además lleva tacón. El pantalón es largo pero no cae hasta el pie. Termina muy alto, por encima del tobillo. Esto permite que se vea un tatuaje que tiene a lo largo de todo el empeine. Calza unas sandalias de tiras muy ligeras y un motivo abstracto le baja desde el tobillo adornando todo el pie. Pobrecita esta chica todo el invierno enfundada en botas y mirándose el tatuaje sólo al acostarse, todas las noches, como quien revisa un arma secreta que sólo aparecerá en el momento justo causando (eso sí, en aquel momento) un efecto fulminante.
Pasan chicas con escotes. Chicas con mucho pecho. Desproporcionado para su altura. Pasan otras más discretas con el pecho ceñido y arrogante, bonitas.
Pasa una con el bolso en bandolera, con la cinta del bolso separando y marcando ambos.
Hace dos días pasamos Pilar y yo por aquí. Le dije que en esta placita me sentaba a veces al salir de la biblioteca de la casa de las Conchas. “esta plaza es muy calorosa” dijo. Qué razón tenía. Me están entrando unos calores.
Hermosas mujeres que pasan y se van. Unas deprisa y otras despacio, pero todas van desapareciendo a lo lejos entre la multitud.
Pasan chicas que enseñan el ombligo. Respiro hondo. Otras muestran la parte del vientre por debajo del ombligo, pero no el ombligo. Esto se lleva mucho ya desde hace unos años. También tiene su gracia.
Algunas llevan peircing. Me gustan los ombligos sin peircing, como diría Manolo Escobar, con la cara lavada y recién peiná.
Pasan chicas que me miran. La mayoría no, pero algunas sí. Me miran y nuestros ojos se cruzan unos segundos. Ellas no podrán olvidar nunca mis ojos. Es imposible olvidar algo que no se ha memorizado antes.
Yo las miro a todas y soy feliz. Soy feliz viéndolas pasar y la pena que me produce su lejanía apenas se nota ante la presencia cercana de otra chica nueva.
Muchas pasan solas. Pero también van en grupos. Pasan dos amigas riéndose, felices, muy cerca de mí, con gran alboroto.
Pasa una mujer vestida completamente de blanco. Cubre su pelo también con una tela blanca. Es una monja. No enseña el ombligo. A primera vista no parece que lleve tatuajes pero nunca se sabe.
Pasan chicos también. Supongo. Supongo que pasan chicos, aunque yo no los veo. Me corrijo, a veces si los veo, cuando se interponen entre mí y alguna de estas chavalitas de las que os hablo.

¡Dios mío! ¡Qué feliz soy aquí sentado!

Pasan chicas bajitas, muy manejables.
Pasan otras muy altas, como para dos veces.
Todas tienen su interés. Algunas caminan conscientes de su atractivo, altivas, sin mirar a nadie, sabiéndose observadas. Otras, ignorantes su belleza, me miran sin saber la inquietud que su mirada me causa. O al menos eso parece.
Algunas no advierten que tienen bienes muy preciados que exponen impúdicas y en exceso y que quizás debían proteger de la mirada envidiosa de otras mujeres y de la codiciosa rapacidad de los hombres.
Pasan algunas destacando el pecho, sin sentido de la medida, como quien lleva una escopeta cargada apuntando distraídas en todas direcciones. No entiendo como la gente no se aparta.
Pasan otras, sin embargo, curvando la espalda hacia delante, disimulando el pecho.
Pasa una con ropa de deporte corriendo sudorosa, excitantemente sudorosa. Los charcos de sudor de su camiseta parecen de agua bendita.
Pasan chicas de ojos grandes, de ojos pequeños, de ojos oscuros, claros, con gafas, de pestañas cortas, de cejas grandes, de cejas depiladas, alguna tuerta pasa también.
Tienen labios jóvenes. Mis ojos los miran y querrían retenerlos todos, poder reproducir cada uno dentro de mí. Si no puede uno besarlos, al menos saberlos reproducir centímetro a centímetro dentro de mi cabeza.
Viéndolas, uno lamenta no tener muchas vidas, para dedicar una vida entera y feliz a todas ellas.
Cientos de vidas para casarse con cada una y tener dos hijos, uno natural y otro adoptado.
Se hace tarde y aunque sigue habiendo luz ya hay que dar de cenar a los niños para que se acuesten a su hora. Me vuelvo para casa

Es primavera y el mundo es feliz.
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Esto lo escribí hace años, con la habitual crisis primaveral.
Es demasiado largo, había que recortarlo y dejar sólo lo mejor.

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